Teatro de Quito.
Crítica de Santiago Rivadeneira Aguirre.
Revista de Crítica Teatral “Alas Tablas y Compromiso Social” Nº 2. Año 2010. Pág. 26
“ARETE DE BOLA” Y LA SUPREMACÍA DEL SIGNO.
La escritura de un texto dramático lleva implícita la arquitectura de un nuevo sentido, a veces ligada a las urgencias vitales de quienes las conciben bajo la supremacía del signo. Que son puestas -dichas urgencias- en acción para que la vida y la inteligencia se hagan visibles junto a la de los sentidos para crear un sin número de cuadros musicales o pictóricos en los que se encierran y brillan con suprema intensidad los poderes de la representación.
Así se construye la obra Arete de bola de la Corporación Imago Teatro con la dramaturgia y dirección de Daniel Morales y las actuaciones de Ruth Abril, Alex Grijalva, Rubén Gabela y Daniel Morales. A través del signo (los aretes de bola, la música, el baile, los giros del lenguaje) Cirilo y su esposa Tomasa, ambos de clara extracción popular, oriundos de la provincia de Esmeraldas, despliegan en el escenario muchos contrasentidos cuando la mujer “desea” -casi con vehemencia- unos “aretes de bola” que pudo mirar en una feria de artesanías. La posibilidad de las relaciones matrimoniales, descansa ahora en el deseo en vez de la razón; las “incoherencias” que son de percepción, están determinadas por el azar. El espectáculo es de maravillosa simpleza, no tiene otro origen que el humor, el capricho, el azar, el juego. Y son los lazos de afinidad entre los personajes, las canciones de un grupo casi mágico y el baile a veces atrevido, los elementos del albur que establecen una lectura desembozada de los códigos de signos cotidianos con los cuales se cimenta el espectáculo.
El camino colmado de “entre dichos” y de amorfinos que reclaman como un bien público la espontaneidad, de cortes semánticos y albures idiomáticos propios de la cultura popular, ha sido sinuoso, pero la fábula demanda volver a la apertura. Está el rol del compadre Porfirio, un mulato que ha regresado del exterior premunido de solvencia económica aparentemente, también de vicios y sobresaltos, está en un inicio empeñado en en ayudar a Cirilo con el préstamo de una cierta cantidad de dinero para la compra de los pendientes. También la figura dineraria es un elemento para plantear las relaciones de poder, las formas de explotación soterradas, incluso los manejos indebidos siempre con un franco sentido del humor exitante y desorbitado. Digamos que es ahí donde descansa la existencia del signo de la obra que se construye con un fin de fiesta alegre, aunque poco previsible. Cuidadosamente, Arete de bola se sitúa dentro de la exigencias y las posibilidades del espectáculo. El lugar no es la realidad contingente, sino el campo que crea la argumentación suficiente y la verosimilitud para desestimar los estereotipos, el remedo fraudulento o la imitación burda. Prevalece el gesto exacto, el remitente que señala los rasgos y características de los personajes para contribuir referencias sutiles, de aproximación, que se mantienen siempre como revelación manifiesta, afirmando, mediante el puro despliegue de los sucesos que afirman la historia y su procedencia musical.